Y he vuelto a escribir, como cuando regreso de un largo y extenso viaje por mis recuerdos.
Volver a escribir para liberar dolores, para encontrar la paz a través de la memoria, que a veces es débil, pero trabaja para sanar, olvidar y recuperar tesoros perdidos.
Han sido días donde últimamente la amistad ha sido el tema central de discusiones, preguntas, quejas, esperanzas y diálogos. Malos entendidos, palabras débiles, pensamientos cargados de ansiedad y confusión. Malestares que llegan al punto de generar ira, de generar dolor. Pero cuando todo se expresa, a veces suele ser un detonante de otros sentimientos y otros cuestionamientos. Todo se multiplica y al final...
La amistad se ahoga, se aprisiona. Y para no asfixiarla o presionarla, hay que liberarla. Soltarla para que aprenda a nadar, para que respire profundo y se sumerja en los bosques más tranquilos, corra en las aguas más pacíficas, vuele en aquellas arenas donde no hayan tormentas, donde el oasis refresque las ideas, los corazones y las razones.
Caminar para aprender, caerse para que las heridas se curen y cicatricen.
Caminar para encontrar nuevos paisajes y esperar el regreso.
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